miércoles, 17 de diciembre de 2014
sábado, 6 de diciembre de 2014
José y el Capitalismo Salvaje
José había nacido
pobre como uno más entre siete hermanos, creciendo en la orfandad del monte y
los oficios de niño proletario. Era aquella una Venezuela a la que el sueño
petrolero de los setenta se le tornaba pesadilla, y donde el monte y los
campesinos olían a mierda. A “tierruos”.
En las ciudades
atestadas los pobres sin servicios básicos y con hambre exponían las costillas
y las barrigas infladas de parásitos, pero aún así florecían a granel entre las montañas y barriales,
a nadie le importaban esos marginales.
Para entonces, a sus
nueve años, José, corría en un potrero perdido en la nada, dueño del cielo,
matando pajaritos y bañándose en la poza, cuando su tío lo vino a buscar para
que conociera a su hermano mayor recién llegado de Caracas.
Como todo niño, José,
fue seducido por las novedades traídas por aquel hermano reaparecido, con
pantalones nevados de muchos bolsillos, un “worman pa’ escucha a los cantantej”
y un “Atari pa’ jugar en la televisión”.
Cuando su hermano se
fue en enero, José, ya había decidido que quería ser grande y vivir en
Caracas. Sin embargo pasó el tiempo y
aquellos deseos se apagaron poco a poco, en la cotidianidad de vender arepas y
hacer mandados por 1 bolo.
José llegó a la
escuela tarde y de improvisado rescatado por una madrina, leía con dificultad y
los números le parecían tan complicados que le daban dolor de cabeza, en el
fondo el problema de José, es que apenas tenía referencias del mundo, más allá
de los carrizos, los sebucanes y las vacas.
Llegó la pubertad y
la adolescencia, y cómo todo mozalbete, José se enamoró de una muchachita que era
hija del odontólogo del pueblo, hubo muchos cruces de miradas y una que otra
carta, hasta el fatídico día en que la muchacha descubrió que su príncipe azul,
era un príncipe blanco, que aún, estaba en la primara, así todo interés inicial
desapareció y José sufrió su primer guayabo.
Quería irse lejos y
olvidar, entonces puso pies rumbo a Caracas, la ciudad de sus sueños
infantiles.
Una vez en la ciudad
trabajo y se formó en la universidad de la vida, corrían los convulsionados
años noventa cuando conoció en una plaza a José, el tocayo le hablaba del
cambio, le contó de la explotación del hombre por el
hombre, le hablo de Marx, de Lenin, del Che, José no estaba muy interesado en
aquellos sujetos de nombres raros, pero el tocayo era desprendido y más de una
vez le mataba el hambre y la sed.
Sin embargo después del
golpe del 92, José le perdió la pista a José, y dejo de buscarlo después de que
unos tombos, le dieran unos coñazos y le pusieran preso por averiguaciones,
entonces supo que a José lo andaban buscando por conspirador, y lo mejor era alejarse.
José siguió varios
años en las calles buscando el pan, hasta que un mal día con las deudas comiéndole
los talones, encontró en una esquina a José, el tocayo lo abrazó y le dijo que
ya el cambio estaba cerca, y lo invitó a incorporarse a la vanguardia.
El proceso avanzo con
los años y José, intento leer, a traspiés, un resumen de El Capital de Marx, el
Diario del Che y el Libro Verde de Gadafi. Aunque no le fue bien. Luego
entendió que el asunto era manejar uno que otro extracto y una idea general, y
así con aquella viveza que aprendió ganándose el pan en la calle, José tomo una
tarima en plena crisis del 2002.
José, aquel muchacho
del monte, sin primaria concluida, era entonces una cabeza visible de la dirigencia
popular, un alma inspiradora del sacrificio y el desprendimiento, y sin saberlo
ni él, ni quienes lo escuchaban, ni quienes le adversaba, estaba
a punto de dar un salto parabólico al South American Dream.
José, ya había
formado una familia, tenía una esposa y dos muchachos por los cuales velar, y
aquel sueldo por el ministerio donde trabajaba como supervisor le vino como
anillo al dedo. No importaba que José poco supiera de su cargo, al fin y al
cabo, a lo único que se dedicó desde entonces fue a la leguleyada política.
Participó de marchas,
campañas políticas y predicó por doquier el desprendimiento y la austeridad,
hasta que un día, José, volvió a toparse con, José, mientras esperaba el
metrobus, José rodaba en una camioneta del año, le invitó a subir, José se veía
distinto, con la cara como rejuvenecida, le dijo: “es botox marico, mágico”. Y olía
diferente, se rió: “es Clive Christian 1872”, también vestía sencillo pero la
ropa tenía cierto aspecto diferente: “claro guevón es Louis Vuitton pinga e’
marca”. Entonces, José, reaccionó y le dijo: “pero eso es capitalismo” a lo que
José refutó: “Fidel usa Rolex y bebe vino de 200 dólares la botella, ¿me voy a
poner yo con dilemas?”
El tocayo le explicó
que lo importante era no dejarse alienar, y continuar la lucha, para que todas
las personas del pueblo pudieran darse esos gustos, entonces José abrió de
nuevo los ojos.
Busco a su esposa y a
sus chamos y los llevo a un buen restaurante, y luego de shopping, y fue allí,
justo frente a la vitrina que José, supo que aquella vida aún no era para él
cuando la tarjeta de crédito dijo, “saldo insuficiente”.
Entonces, José, busco
alternativas, no iba a rendirse, fue así como tras interminables intrigas políticas,
consiguió desplazar al gerente de área en el ministerio donde trabajaba como “supervisor”,
nuevas coyunturas, fueron nuevas oportunidades, y entre gallos y media noche,
José se convirtió en vice ministro.
José, llevó a la
familia de fin de semana a los Roques, y al siguiente a Margarita, fue de
compras al mismo lugar donde antes sus sueños sólo empañaron la vitrina, y se
compró una buena percha. Pero aún José sentía que le faltaba algo, un vacio le
perturbaba, y su vacio era tan grande, que metió en él, par de camionetas 4x4
del año.
Sin embargo el sueño tenía
su tope. Agobiado por las deudas, ahogaba la amargura bebiendo Chivas Regal en
La Castellana, y como tantas otras veces cruciales de su vida, se topo a José y
como buen camarada le contó de sus penurias, a lo que José ripostó con el
desprendimiento de siempre, un cheque para solventar, unas palmadas al hombro y
una frase que iluminaba el futuro, “en la semana paso por tu despacho y
hablamos de negocios.
Y los negocios fueron
buenos, hoy José, vive la Dolce Vita, aunque con sus altos y bajos, como a
todos, por ejemplo ya no tiene tiempo para llevar a su familia a Los Roques o Margarita,
dada las ocupaciones que le mantienen atareado en el exterior atendiendo “negocios”,
acompañado de sus dos “asistentas” ex mises de belleza.
Cuando está en el país,
se ocupa en el frente político, donde con lágrimas en los ojos habla del
desprendimiento y de las maldiciones del capitalismo salvaje, mientras millones
y millones de “Josés” le escuchan y gritan consignas.
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